El centro rojo. El horizonte no tiene fin. Kilómetro tras kilómetro te hipnotiza el más estilizado vacío espacial que se pueda imaginar. El asfalto de la recta carretera arde bajo el sol mientras nos acompaña el clásico paisaje del outback australiano: sedientos eucaliptos enanos, mulgas y otras acacias medio abrasadas; un manto reseco de esa hierba autóctona conocida como “spinifex”, héroe a prueba de bomba de las soledades australianas. Allí donde aparecen gomeros casi difuntos, éstos marcan los cauces invisibles de torrentes secos. (Fuente: Espiritu viajero)