Desde nuestra primera visita, hace más de treinta años, recordamos el Kalahari -al menos la parte que vimos entonces- como un semi-desierto seco y marrón. ¡En aquel entonces, la naturaleza parecía tan débil como los animales que luchaban por su supervivencia!

Qué diferencia con la visita actual. Las fuertes lluvias habían convertido el semi-desierto en un parque verde. La hierba tenía casi medio metro de altura y en ella sólo veíamos las cabezas de las avutardas. Fue fascinante ver cómo la lluvia cambió este parque.

Después de las fuertes tormentas de los días anteriores, el agua en las laderas arenosas tenía todavía diez centímetros o más de profundidad. Los pájaros se bañaban en los grandes estanques y los avestruces sacaban agua de ellos con sus largos cuellos. Sus plumas, que habían estado empapadas en agua el día anterior, parecían secas nuevamente. Y las gacelas, que el día anterior habían permanecido bajo la lluvia con la espalda encorvada y con aspecto de ducharse, también se habían recuperado del diluvio.

A los pocos días, el Kalahari se había puesto un vestido verde para el deleite de los animales y los humanos por igual. Pero cuando comienza la larga estación seca y el invierno (junio a agosto), la hierba se habrá marchitado. Y los animales tendrán que volver a buscar la escasa comida e ir a los abrevaderos.

PS: Si quieres saber más sobre el Kalahari, lee aquí.